Observaciones trascendentales de invierno
Perdí mucho tiempo de mi vida preocupándome por cosas que jamás sucedieron.
Perdí mucho tiempo durmiendo para soñar lo que no pude vivir despierta.
Perdí muchas noches llorando por situaciones en las que sentí que me arrancaban el corazón, literal que me moría, pero no me morí, me levanté y el sol salió conmigo una y otra vez.
Conocí mucha gente a lo largo de los años que me hicieron promesas hermosas, abrazos tan bonitos que parecían reales, pero cuando en mi alma hubo tormentas esas personas se evaporaron como lluvia y, aun así, tampoco me morí de tristeza.
No existen los caminos llanos, ni se pueden evitar los gélidos inviernos.
Todo es parte del proceso.
Nadie dijo que vivir es fácil, ni siquiera a veces de a ratitos. Porque la felicidad es volátil y los sentimientos también.
Porque todas las personas somos un gran mar de emociones ocultas y encontradas.
Donde sea que estés no luches contra lo inevitable.
Todo sucede por algo, aunque no lo podamos entender (todavía).
Mejor tomar los breves momentos, esos que viven donde se guardan las cosas que no tienen olvido ni fin. Para mí es esa forma en que se le hinchan los ojitos a mi hija cuando se ríe con toda el alma. O el amor que pondera cuando las charlas con mi hijo ocupan todo mi espacio entre mate y mate. Mejor abrigarme con la paz que me produce la seguridad de saber que ellos están conmigo ahora. Las manos de mi madre que se fue, pero siempre habitarán en mí. Las noches de fogata en el campamento con mis hermanas. Los consejos de los tíos, la hermandad de los primos. La amistad, incluso la que fuera breve. La paz de saber que me siento acompañada por el hombre que amo y esas complicidades diminutas que generan nuestro enorme mundo. Mi casa y mi jardín, mis gatos y su manera de amarme y enseñarme a amar. Las personas que pasaron por mi vida y dejaron una huella repentina y fugaz. La marca invisible y eterna que me deja la música y la literatura. La sensación de saber que para eso vivo cada vez que agarro un lápiz o un pincel. Y Dios sosteniéndome siempre, siempre, siempre.
La vida es una contradicción constante. Y cuando siento que no puedo respirar que todo me abruma o me desespera, hago una pausa, cierro los ojos, vuelvo a todos esos momentos, y sigo.
Yo sé que el día que no esté, al final de cuentas, todo eso que viví, que forma parte de mí y me transforma, será aquello en lo que se convierta mi alma como un gran rompecabezas cósmico y sideral. Ahí andaré de a pedacitos por las estrellas y conmigo andará también, todo eso que nunca, jamás desaparecerá de mi.
Al final es cierto que somos capaces de mucho más que lo que creemos que el corazón puede soportar.
Al final tarde o temprano nos damos cuenta que nunca estuvimos solos porque estábamos con nosotros mismos.
Al final perder y perderse es necesario para encontrarse.
Y Buscarse siempre adentro, abrazarse, respirar ...y seguir.
Nali Eggui
(Ala de Colibrí)
03/07/24